Concretamente, Hollande planea que el 75% de electricidad de origen nuclear pase a ser un 50% en 2025. Quizás no parezca mucho, pero para el país más nuclearizado del mundo esta reducción es un gran esfuerzo. Para ello va a basarse en dos políticas básicas, a lo que yo debo añadir por mi cuenta y riesgo necesariamente una tercera basándome en la experiencia alemana.
- Lanzar un programa masivo de ahorro de energía.
- Concretar un plan ambicioso de desarrollo de las energías renovables.
- Bloquear la construcción de nuevas nucleares en Francia y ordenar el cierre progresivo de las más antiguas.
Otras medidas pasarán por repensar el mercado interno de las commodities. En palabras del primer ministro, Jean-Marc Ayrault, el gas y la electricidad, como el agua, son bienes comunes y no pueden dejarse a la ley del mercado. Esta declaración de intenciones de volver a poner en manos públicas los recursos finitos que son básicos para el funcionamiento de cualquier economía chocará frontalmente con las políticas de liberalización del mercado energético, promovidas por la Unión Europea vía Directivas desde los años noventa; será interesante ver quien gana. Y no carece de cierta ironía que sea, precisamente Francia, quien pretenda volver a un modelo de gestión pública de la energía, toda vez que es quizás el país de la eurozona que menos ha liberalizado el sector energético. No hay más que ver que la compañía Électricité de France, la principal distribuidora de electricidad del país y empresa análoga a Iberdrola o Endesa en España, sigue en manos del gobierno francés, poseedor de más del 84% de sus acciones.
El único país europeo imporante que se resistía a implementar las políticas de energía verde a gran escala ha tomado un camino muy similar al de Alemania a pesar de las evidentes diferencias ideológicas que separan en la actualidad a los gobernantes instalados en Berlín y París. Una, la Merkel, de derechas y centrada en el discurso de la austeridad. El otro, el Hollande, socialista y más preocupado en lo que se ha venido a llamar el discurso del crecimiento. No pueden ser más distintos en la concepción de lo que le conviene a su país y Europa. Y sin embargo, las políticas energéticas que llevan a cabo coindicen casi al cien por cien. ¿Será que el sentido común se ha instalado en sus cancillerías? ¿Reacciona Hollande a un creciente poderío de las empresas alemanas que se comen los mercados internacionales ? Sea como sea, si en asuntos tan peliagudos como el rumbo futuro de la Unión han sabido ponerse de acuerdo, ¿qué les costará emprender acciones comunes en materia energética para emprender el tan anunciado plan de inversiones europeos en energías limpias?
¿Y qué hará ahora el ejecutivo de Rajoy, empeñado en bloquear el desarrollo de la industria renovable en España? Seguro que Francia y Alemania estarán encantados de llenar el nicho dejado por las empresas españolas que se están yendo al extranjero en masa buscando las oportunidades negadas en España.
Al margen de opiniones sobre políticas energéticas y antes de que empiece la discusión, debo decir algo en favor de ambos: Hollande y Merkel son honestos al tratar de llevar sus respectivos programas políticos a la práctica, no como algún monigote que quiere hacernos creer que gobierna cierto país ibérico grande.
Ah, no lo he dicho aún. Vive la France!